Los Cuentos Famosos de Pepe Monagas


Autor: Francisco Guerra Navarro.
(1909-1961)_Pancho Guerra.
Título: Los cuentos famosos de Pepe Monagas.
Editorial Prensa Canaria: Diario Las Palmas y La Provincia.
Año:1994.
Portada: Agustín Millares Sall.
Personaje: Cho-Juaá.












Este Gran Canario de San Bartolome de Tirajana, describe la vida misma de la Gran Canaria de la post-guerra civil a través de los cuentos y entremeses recopilados y publicados en siete volúmenes por LA PROVINCIA. He de decir que su lectura al principio me costo, no entendía algunos giros y palabras, fue casi una traducción del dialecto canario. Hay que ver como hemos cambiado en cincuenta años, y sirva como ejemplo este cuento; el segundo del primer tomo:



































De cuando Pepe Monagas puso un puesto de Escobas en la Plaza

Maestro Esteban el Clueco tuvo un tiendejo a la entrada de San Roque, algo más arriba de la palma alta y cambada que era como hito del barrio, y que compartió con la de Doña Nieves, de la colonial del plaza de Santo Domingo, alta, airosa y popular fama. Maestro Esteban el Clueco se moría de solapada hambre detrás de su estrechujo y recomido mostrador. El inventario del chinchalillo podía hacerse en tres patadas: cuatro papeles de alfileres, docena y media de imperdibles, media de carretillas del 90, algunos calzoncillos con botones para camisas y varios, unas cuantas botellas empolvadas como pollitas en domingo, una caja de galletas de María, mediada y con bichos, un tabal o barrilillo de sardinas-arenques, que, aburridas de no venderse, se habían revirado y alzaban la cabeza, un tarro con boliches de chupar, otro con rapaduras y, por último, tres escobas y dos abanadores bien avasallados de polvajero y moscas.
Veces vendía tres pesetas, veces tres y un real.
Harto de balances que no llegaban a la muela trasera, y que lo metían en atosigantes velorios hasta las mismas luces del alba, dio en idearle salidas al mezquino negocio. Un día hizo a Costancita , su, mujer, un encargo importante.
- Costancilla- le dijo-, mañana por la mañana te vas a dir pa dentro y vas a comprar ca algún jarandino que vendan barato una cortinilla ramiada, así como vara y media de algún telejo que no este mal. Pero sin botarte, ¿eh?.
Doña Costanza trajo la tela y, ayudada por su hija Mariquita, endengó el cortinaje. Don Esteban el Clueco lo montó a lo largo de la verguilla vieja y le habilitó al tienducho un recovequito destinado a copas con chochoc, pejines y chorizosdel país. Pero el ron que expedía era del castó de los Caínes y del de los Barrabases los chorizos. Una cosa y otra fueron cayendo en los estómagos de los escasos clientes que se aventuraron a recalar por el timbeque como hubiera caído una mezcla de zotal, carabaña y cemento rápido. Algunos bebedores trincaron en bolina y no daban de sí ni con litros de sal de higuera. Otros estuvieron en filos de irse por el palo - con perdón-sin que los contuvieran las libras de chocolate tirando a tenique, ni otros entuyos al uso y comprobados.

Un día, Don Esteban el Clueco reunió a la entecada familia y le dió el parte de la derrota.

-¡ Adiós te digo, y no llores!- dijo.

Y se bajó a coger el fresco al muro de la marea.

Antes de la hecatombe, y en más de una ocasión, se había agarrado sus buenas calenturas con Doña Costanza, su señora.

Para barrer la casa, Doña Costanza echaba mano de las escobas de la tienda.

-¡ Arriba consumes la melcansía!- gritaba encochinado Don Esteban el Clueco.

-¿Pero no es igual, muchacho?- replicaba, bobalicona, la esposa-. ¿Qué más te da cogeslas d'iaquí, que resurtan al costo, que compraslas por aí, niño?

- ¡ No quiero empeloteras! Déjalas onde están. Y si te jasen farta, las compras y listón. Y luego tienes cuidao, ¿ entiendes?, que en tres patadas las desbirrifas toas.

-¡ Jum! Al móo te crees tú que son de las d'iantes, que ésas si que eran cosita asiada. Ahora con tres meneos, ya las tienes con la tomisa a rastras y el mondongo fuera.¡Pos ya!.

Una de las cuajadas tardes de la insula estaba Don Esteban el Clueco sentado detrás del Teatro, suspirando un hilito de aire y rumiando su desastre. Un mar de reboso iba y venía estruendosamente sobre la pedrera. Cierta ola larga trajo de pronto a la orilla el cabozo de una vieja escoba. Las ideas eran en la cabeza de Don Esteban el Clueco como correlones trasconejados en un inmenso majano, pero alguna vez tenía que obrarse el prodigio. Y fué ahora. La escoba que boto del mar delante de sus entristecidos ojos le recordó la observación de su Costancita. "Ahora, con tres meneos, ya las tienes con la tomisa a rastras y el mondongo fuera"- había dicho ella-." Si no duran nada, tiene que haber demanda", dedujo el hombre por prodigio. Y se le ilumino la frente, llena de esperanzas, de barros y espinillas.

En poco más de nada alquiló un cuartillo por frente al Zuleic, compró una carga de escobas y puso " almacén". Luego, sin importarle un pito el insulto de su hija Mariquita, que era una niña consentida de jueves en el Parque y arreo en las tardecitas de Triana, desparramó un tenderete en la Plaza. Pegó a vender. Y a ganar, que aquello era el "negocio de la china".
Alguna muerta mañana de la ciudad cruzaron el mercado Monagas y Venturilla el Taita. Gulusmeaban el trajín sin propósito alguno. Tropezaron con el puesto de el Clueco. Don Esteban no daba avío a despachar escobas.
-¡Miralo, y paresía sato!- comentó Pepe, cucando a Ventura, mientras contemplaba la encachorrada y su sudorosa figura de Don Esteban.
En un jacío de las ventas comentaron con el hombre la prosperidad del negocio.
-¡Malillo asuntejo,Estebita!
-Pos jello... Sí no me va mal.
De retirada, Monagas comentó con Venturilla:
- Un pisquejo de negosio ansina no me vendría mal a mí...
A los tres días, el compadre apareció con un puesto de escobas a la banda de Don Esteban. Para colmo de provocaciones lo pregonaba y todo.
-¡ A éstas, muchachas! ¡Escobas de palma rial a media peseta! ¡Lo mejor de islas, incluida Alegransa! ¡Barren pa dentro y pa fuera!
Vendía las escobas a dos reales. Don Esteban las tenía a tostón... El viejo se puso que cogía las vigas del techo. Otra vez se veía el Clueco con la quilla en el marisco. Entre tanto, lo volvía loco la inexplicable baratura de las escobas de Pepe.
"¡Eso no es vender, cristiano! ¡Eso es espirrifiar!", comentaba con los amigos de copeo.
Decidió vapulear a Ventura, convidándolo con largueza. El Taita se dejó querer, jugando para el pié del compadre, zorrongueándose con una de cal y otra de arena.
-Mire, mastro Esteban- acabó aconsejándole-, usté lo que tiene que jacer es robar las palmas y los pírganos. Verá como puede abajar los presios...
El Clueco se puso de acuerdo con un sinvergüenza, que guataqueaba palmas ajenas como si fuera un deleite, dijéramos.
Bajo el precio a cuatro perras.
Monagas la puso a real...
- ¡ Me caso en La Habana! Esto ya es cosa de barajas...- se volvió loco el viejo.
Por la tarde convidó a Pepe en El Camello.
-Anda, Pepillo, dimee cómo puees regalaslas.¡Porque eso es regalaslas, consio, no me digas tú a mí!
- Oh ya vei - se agachaba Monagas, mientras le daba sabias vueltas a un chorizo sollamado.
- ¡ Pero si no es posible, puñeta!- casi bramaba el Clueco - ¡ Si yo jasta robo el pílgano y robo la palma!
- Sí - replico Monagas, calmoso - pero es que yo se las robé a usté ya teminaítas, ¿ Se da cuenta?



2 comentarios:

  1. Para cuando lo nuevo de pepe monaga?

    ResponderEliminar
  2. Si estás interesad@ en la obra de Pancho Guerra, puedes preguntar en la libreria del Cabildo de Gran Canaria, porque en la Editorial Prensa Canaria tengo la sensación que están descatalogados ya que la publicación de los 7 libros que tengo los entregaban acompañando el periodico LA PROVINCIA hace una decada.

    ResponderEliminar